Si la poesía es el
alimento del alma, los que estuvimos el pasado 21 de agosto en el espacio
cultural Caja de Ávila asistimos a un banquete digno de reyes. D. Óscar Pacheco
Andrada, por todos conocido en la Villa, excepcional conferenciante, nos
deleitó, durante más de hora y media de animada ponencia, con una sensacional muestra
del ingenio de tres de nuestros más grandes poetas contemporáneos: Miguel de Unamuno, Juan RamónJiménez y Luis Cernuda.
A pesar de las incidencias técnicas, que nos impidieron
contemplar la presentación de imágenes y sonido que nos tenía preparadas D.
Óscar, disfrutamos, no obstante, de una acogedora velada.
El tema de Dios, el Dios de los filósofos, fue el hilo
conductor de tres poemas de hondo cariz filosófico. El Dios de los filósofos,
un Dios personal e íntimo, que cada bardo interpreta con su indiscutible genio.
Además, fue de particular interés la relación que D. Óscar estableció entre los
tres escritores y nuestra villa, como luego veremos.
Nuestro querido profesor, bilbaíno de nacimiento y charro
de sentimiento y adopción, fue el primero en aparecer en escena con su soneto Oración de un ateo:
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.
En él se nos muestra uno de los
grandes temas unamunianos: la propensión a, la necesidad, la búsqueda de
mortalidad.
La relación de Unamuno con Piedrahíta
recae en la figura del poeta Mariano de Santiago Cividanes, piedrahitense
discípulo del escritor y única persona que acompañó a su casa al rector después
de los terribles e infames
incidentes de aquel 12 de octubre de 1936.
El Dios de Juan Ramón Jiménez es de
otro cariz. Para nuestro premio Nobel, Dios es sinónimo de creación.[i]
Creador es el poeta, que crea un universo de palabras y le pide a Dios que lo
llene. Así podemos observarlo su poema El
nombre conseguido de los nombres, que forma parte de su poemario Dios deseado y deseante (1948-49):
Si yo, por ti, he creado
un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de aire inflamando azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo decía, más no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.
Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un dios.
El dios que es siempre y al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de aire inflamando azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo decía, más no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.
Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un dios.
El dios que es siempre y al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
Obsérvese que, durante todo el
poema, dios aparece en minúscula, excepto en el último verso, donde ya aparece
en mayúscula. Podemos escuchar una grabación con la voz del autor recitando
este poema aquí.
Su relación con nuestro pueblo viene
dada por la lectura de la prosa de José Somoza, insigne liberal y romántico que
amó a su patria chica como nadie. “Me he pasado toda la noche leyendo los
artículos de José Somoza y no he podido parar, él es el responsable de no haber
dormido”, llegaría a decir el de Moguer a un amigo suyo.
Por último, el sevillano Luis
Cernuda se acerca a la idea de Dios desde su visión solitaria, dolorida y
sensible, como muestra en los versos de su “miserere” La visita de Dios:
Pasada se halla ahora la mitad de mi vida.
El cuerpo sigue en pie y las voces aún giran
y resuenan con encanto marchito en mis oídos,
mas los días esbeltos ya se marcharon lejos;
sólo recuerdos pálidos de su amor me han dejado.
Como el labrador al ver su trabajo perdido
vuelve al cielo los ojos esperando la lluvia,
también quiero esperar en esta hora confusa
unas lágrimas que aviven mi cosecha.
Pero hondamente fijo queda el desaliento,
como huésped oscuro de mis sueños.
¿Puedo esperar acaso? Todo se ha dado al hombre
tal distracción efímera de su existencia;
a nada puede unir esta ansia suya que reclama
una pausa de amor entre la fuga de las cosas.
Vano sería dolerse del trabajo, la casa, los amigos
perdidos
en aquel gran negocio demoníaco de la guerra.
Estoy en la ciudad alzada para su orgullo por el
rico,
adonde la miseria oculta canta por las esquinas
o expone dibujos que me arrasan de lágrimas los
ojos.
Y mordiendo mis puños con tristeza impotente
aún cuento mentalmente mis monedas escasas,
porque un trozo de pan aquí y unos vestidos
suponen un esfuerzo mayor para lograrlos
que el de los viejos héroes cuando vencían
monstruos, rompiendo encantos con su lanza.
La revolución renace siempre, como un fénix
llameante en el pecho de los desdichados.
Esto lo sabe el charlatán bajo los árboles
de las plazas, y su baba argentina, su cascabel
sonoro.
silbando entre las hojas, encanta al pueblo
robusto y engañado con maligna elocuencia,
y canciones de sangre acunan su miseria.
Por mi dolor comprendo que otros inmensos sufren
hombres callados a quienes falta el ocio
para arrojar al cielo su tormento. Mas no puedo
copiar su enérgico silencio, que me alivia
este consuelo de la voz, sin tierra y sin amigo,
en la profunda soledad de quien no tiene
ya nada entre sus brazos, sino el aire en torno,
lo mismo que un navío al alejarse sobre el mar.
¿Adónde han ido las viejas compañeras del hombre?
Mis zurcidoras de proyectos, mis tejedoras de
esperanzas
han muerto. Sus agujas y maderas reposan
con polvo en un rincón, sin la melodía del trabajo.
Como una sombra aislada al filo de los días,
voy repitiendo gestos y palabras mientras lejos
escucho
el inmenso bostezo de los siglos pasados.
El tiempo, ese blanco desierto ilimitado,
esa nada creadora, amenaza a los hombres
y con luz inmortal se abre ante los deseos
juveniles.
Unos quieren asir locamente su mágico reflejo,
mas otros le conjuran con un hijo
ofrecido en los brazos como víctima,
porque de nueva vida se mantiene su vida
como el agua del agua llorada por los hombres.
Pero a ti, Dios, ¿con qué te aplacaremos?
Mi sed eras tú, tú fuiste mi amor perdido,
mi casa rota, mi vida trabajada, y la casa y la vida
de tantos hombres como yo a la deriva
en el naufragio de un país. Levantados de naipes,
uno tras otro iban cayendo mis pobres paraísos.
¿Movió tu mano el aire que fuera derribándolos
y tras ellos en el profundo abatimiento, en el hondo
vacío,
se alza al fin ante mí la nube que oculta tu
presencia?
No golpees airado mi cuerpo con tu rayo;
si el amor no eras tú, ¿quién lo será en este mundo?
Compadécete al fin, escucha este murmullo
que ascendiendo llega como una ola
al pie de tu divina indiferencia.
Mira las tristes piedras que llevamos
ya sobre nuestros hombros para enterrar tus dones:
la hermosura, la verdad, la justicia, cuyo afán
imposible
tú solo eras capaz de infundir en nosotros.
Si ellas murieran hoy, de la memoria tú te
borrarías
como un sueño
remoto de los hombres que fueron.
¿Qué
relación tuvo Cernuda con Piedrahíta? Según Oscar Pacheco, Cernuda identificó El risco de la pesqueruela de nuestro
paisano Somoza como primer poema en prosa de toda la literatura española.
No
podemos dejar de recomendar, además, la lectura de dos grandes poemas de
Cernuda: el dedicado a García Lorca, A un poeta muerto y,
sobre todo, Donde habite el olvido, desolados y pesimistas
versos que no obstante alcanzan una sobrecogedora belleza, inspirados en el final de un poema de Bécquer. Aquí, además, podéis
escuchar la versión musical que compuso e interpretó Enrique Morente.
Fueron mencionados otros muchos
autores y otras muchas obras, que animamos desde aquí a conocer y a leer:
Gabriel Aresti y su impresionante poema Defenderé la casa de mi padre
(original en euskera aquí),
el poeta inglés Alfred Tennyson,
Henri Bergson, Antonio Machado o Ludwig Wittgenstein (el filósofo más importante
del siglo XX) y su Tractatus Logico-Philosophicus.
Además del interesantísimo artículo “Dios a la vista” de Ortega y Gasset, María Zambrano, San
Agustín, Nietzsche, Platón…
Tras la conferencia, vino la ronda
de preguntas, siempre participativa y enriquecedora, dejando un gran sabor de
boca a todos los asistentes. Un cierre perfecto para una “semana filosófica”
cargada de actividades culturales.
En el siguiente enlace podéis escuchar
la conferencia en nuestro servicio de podcast:
Hola, me llamo Roberto y Óscar fue mi profesor de filosofía en el instituto Manuela Malasaña y me gustaría poder hablar con él. Mi email es ralonsodc@gamil.com.
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